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Por qué el capitalismo no puede solucionar la emergencia ambiental

Publicado: 2010-04-26

¿Cuál es la causa de la emergencia ambiental? ¿Por qué se esta destruyendo el medio ambiente? ¿Es simplemente la codicia de las corporaciones? ¿La ignorancia? ¿“La naturaleza humana”? ¿La propia ciencia?

Por Revolución

26 de abril, 2010.- En diciembre de 2009, los gobiernos de la tierra se reunieron en Copenhague, Dinamarca. Se habían comprometido a crear un acuerdo que por lo menos empezaría a frenar el cambio climático. Pero en lugar de una seria convocatoria científica seguida de medidas serias para hacerle frente a la emergencia, el mundo obtuvo algo muy diferente. Las grandes potencias, siendo los Estados Unidos la que domina a las demás, contendieron entre sí sobre las cuestiones ambientales. Estos mayores contaminadores del mundo, siendo Estados Unidos el responsable de más de una cuarta parte de todas las emisiones del carbono al atmósfera, aprovecharon las negociaciones sobre el clima para sacar ventajas estratégicas unos contra otros y presionar a los países pobres, los cuales también son los más vulnerables a los efectos de los cambios climáticos globales. Los manifestantes —algunos de los cuales han dedicado la vida para salvar al planeta— fueron dejados fuera, a menudo detenidos y a veces golpeados por la policía. El resultado final: una promesa que no hizo nada para impedir el cambio climático y fue peor que nada.

¿Qué pasó? ¿Son estas potencias demasiado ignorantes, arrogantes y corruptas para lograr lo que se necesitaba? ¿O hay algo más profundo funcionando?

Crecimiento canceroso, integración nociva

Para responder a esto, necesitamos reconocer el sistema económico y político bajo el que vivimos: el capitalismo. Tenemos que examinar las relaciones económicas en los cimientos de esta sociedad y las instituciones e ideas que han emanado de ello y refuerzan esa base.

El capitalismo ha llevado al crecimiento más rápido de la productividad del trabajo humano en la historia de la humanidad. Pero este crecimiento se ha basado en la explotación más intensa de la humanidad del mundo y en el saqueo más despiadado del planeta. El crecimiento sin precedentes ha traído consigo una destrucción sin precedentes. El capitalismo surgió sobre una base del “holocausto africano” —la esclavización y la matanza de más de once millones de africanos— y el genocidio de los pueblos autóctonos de las Américas mediante la conquista, la enfermedad y el trabajo forzado hasta la muerte en las minas de plata. El capitalismo se nutría de la explotación infantil y de los migrantes y trajo consigo depresiones devastadoras y dos guerras mundiales. Hoy, en su fase del capitalismo-imperialismo, lleva a cabo y/o patrocina terribles invasiones y guerras genocidas contra las poblaciones de África, Asia y América Latina. Y ahora el capitalismo está causando la destrucción ambiental que pone en peligro la existencia humana en sí.

El capitalismo ha integrado a todo el mundo. Pero esta integración es terriblemente desigual. Este es un mundo repartido por un puñado de países ricos que dominan el resto del mundo. La prosperidad relativa de las potencias imperialistas —una prosperidad que no puede esconder la explotación y la pobreza de millones de personas en el mismo “mundo desarrollado”— existe en relación con la más amarga miseria en Asia, África y América Latina.

Las potencias imperialistas como Estados Unidos, Japón y los países europeas se alimentan como parásitos de los pueblos del resto del planeta. Los imperialistas logran el control sobre los recursos de todo el mundo a través de inversiones, acuerdos comerciales, el control de la tecnología y el dominio de los mercados. Ellos se engullen de estos recursos — y luego desechan la contaminación que causan en las mismas naciones que oprimen y saquean. Diferentes países y pueblos le hacen frente a esta crisis de maneras radicalmente desiguales y a menudo aquellos que viven en los países imperialistas ni siquiera saben lo mal que la crisis es en realidad.

Veamos algunos ejemplos de cómo esto ocurre:

Cuando una empresa como Texaco extrae petróleo en la selva ecuatoriana y, tal como lo hizo, rocía y derrama agua residual tóxica y petróleo, destruye selvas vírgenes y de hecho mata a la gente. Cuando la Shell Oil hizo cosas semejantes en Nigeria, y resistió el pueblo ogoni que vive en las tierras que la Shell hizo perforaciones, el gobierno nigeriano arrestó y ejecutó a nueve oponentes, incluido el dramaturgo Ken Saro-Wiwa. Lo único que tienen de especial estos casos es que son relativamente bien conocidos. De costumbre ocurren ultrajes similares en los países de Asia, África y América Latina donde las grandes corporaciones operan en contubernio con los gobiernos locales y con el respaldo en última instancia de las fuerzas armadas de las potencias imperialistas.

Cuando los agronegocios se aprovechan de la globalización para expandirse por todo el mundo, crean enormes sistemas industrializados de cultivo de alimentos que dependen de gigantescas cantidades de petróleo y crean enormes cantidades de residuos. Pero esto ha traído consigo la aniquilación de hábitats naturales. Por ejemplo, las selvas en el Amazonas han sido taladas para dar paso a la producción de ganado y para cultivar soya. Además, este proceso ha destruido la agricultura tradicional y el sustento de cientos de millones de agricultores y campesinos. Decenas de millones han sido orillados en los mega-barrios marginales de las ciudades, mientras que otros sólo han sido capaces de reanudar la producción agrícola internándose en la selva mediante la tala de bosques.

Impulsados por el proceso descrito anteriormente así como otras dinámicas del capitalismo, los tugurios y barrios marginales han crecido en toda África, Asia y América Latina. Estas ciudades, a punto de explotar, ahora albergan a mil millones de personas. La gente sufre en los barrios marginales de Lagos, Nigeria a la Ciudad de México, Mumbai, India y decenas de otros lugares, respirando aire tóxico y bebiendo agua envenenada y sus hijos juegan en ríos de desechos químicos y aguas negras.

Regiones de África y China se han convertido en basureros de desechos electrónicos tóxicos (es decir, el equipo electrónico que contiene minerales y productos químicos tóxicos) de los países capitalistas avanzados, lo que envenena a la gente, las tierras y las vías fluviales.

Y el brutal poderío militar —sobre todo el de de Estados Unidos— defiende y refuerza este terrible saqueo del medio ambiente del planeta y su gente y la forma desigual y opresiva en que ocurre. (Como resulta, el aparato militar estadounidense es el mayor consumidor institucional de petróleo en el mundo — ver en la página 9: “El sórdido secreto del capitalismo: Las FF.AA. yanquis son uno de los mayores contaminadores del mundo”).

El capitalismo es un sistema: ¿Qué significa eso?

Pero no obstante, ¿hay algo intrínseco en el capitalismo, algo integrado en la forma en que funciona, que ha generado esto?

Cualquier sociedad es un sistema. Eso quiere decir que funciona de acuerdo con ciertas reglas, como un juego. Si las reglas se violan, el sistema no funciona. Piense en las reglas del baloncesto o el fútbol. Cuando los jugadores salen a la cancha, no pueden hacer lo que les da la gana. Si una jugadora de baloncesto decide patear el balón como se hace en el fútbol, porque le parece que es la mejor manera de conseguir encestar, entonces sería penalizada con una falta. Si ella continúa haciéndolo, sería expulsada del juego. Así que hay que entender las reglas. Y es necesario comprender si se puede hacer funcionar el juego mediante la modificación de las reglas o si tiene que estar jugando un juego totalmente diferente.

Lo mismo ocurre con el sistema del capitalismo. Sí, hay individuales y empresas específicas que han creado la crisis. Pero tenemos que entender si las reglas de ese juego tienen algo que ha llevado a esta crisis. Necesitamos entender si podemos hacerle frente a esta crisis, actuando dentro de las reglas del capitalismo, incluyendo tal vez modificar estas normas — o si el propio capitalismo debe desaparecer. El futuro de la vida misma depende de que nosotros entendamos esto correctamente.

El punto fundamental es el siguiente: el capitalismo como un sistema no puede hacerse cargo del medio ambiente de manera sustentable y racional — incluso si un capitalista individual o si un grupo de capitalistas sinceramente lo quisiera. El capitalismo no puede hacerle frente a los efectos multilaterales de su propia producción. El capitalismo no puede hacer planes que toman en cuenta las futuras generaciones.

¿Por qué? Debido a que los capitalistas o bloques de capitales se enfrentan entre sí como competidores: a veces cooperan entre sí pero de fondo cada uno debe estar listo para aprovechar cualquier ventaja, para vender más barato que sus competidores, para evitar que éstos vendan más barato y los orillen a la quiebra. Esta dinámica subyacente básica es lo que impulsa las acciones de los capitalistas individuales, y es lo que motivaba que las grandes potencias no acordaran ninguna acción seria en la reciente cumbre sobre el cambio climático en Copenhague.

Regla capitalista número uno: Todo es una mercancía y todo debe hacerse para sacar ganancias

El capitalismo aborda todo como una mercancía. Una mercancía es cualquier cosa que se produce para ser intercambiado, para la venta. Ahora, para su intercambio, para que alguien lo compre, el producto debe ser útil. En sociedades anteriores, la gente producía para su propio uso directo y luego complementaba eso mediante el intercambio de lo que producía por otros bienes que necesitaban. En la sociedad capitalista de hoy prácticamente todo se produce para ser vendido a otros —para intercambiarse— y este dominio casi universal de la producción e intercambio de mercancías demarca la diferencia del capitalismo frente a otras formas anteriores de sociedad. Pero hay algo más, también, en el corazón del capitalismo: la medida y el motivo de toda la producción es la ganancia.

Con el capitalismo, en todo penetra la orientación de verlo todo como una mercancía (y una fuente potencial de ganancias): la forma en que unas personas miran a otras personas, cómo se ven a sí mismas y, sí, cómo ven la naturaleza también. Para el capital, la naturaleza es algo que se podrá tomar y saquear o un regalo que se da por hecho, que se explota y se vierte en la producción de mercancías basada en las ganancias. Incluso ven los desastres ambientales ante todo como “oportunidades de hacer ganancias” — como lo vemos hoy con el derretimiento de las capas polares debido a la quema incesante de combustibles fósiles. Esta es una terrible pérdida y una tragedia y pone todo tipo de vida —incluyendo la vida humana— agudamente en peligro. Sin embargo, para los capitalistas de los Estados Unidos, Canadá, Noruega y Rusia, es un llamado para maniobrar a fin de explotar las reservas potencialmente ricas de nuevos combustibles fósiles que se están abriendo en los mares Barents y Ártico cada vez más libres de hielo. El calentamiento global simplemente abre nuevas oportunidades de manera perversa, para que el capitalismo las “aproveche” y conduzca ese calentamiento a un nivel aún más horrible.

Regla capitalista número dos: La producción es de propiedad privada e impulsada por el mandamiento “expandirse o morir”

Por su naturaleza, la producción capitalista es privada. La economía se encuentra fragmentada en unidades separadas y en competencia de control y propiedad capitalista. Cada unidad de capital debe luchar contra otras por una cuota del mercado y para abaratar costos con el fin de seguir con vida. En la medida en que se amarren los acuerdos, éstos asumen la forma de alianzas en una batalla más grande o de treguas temporales. Así, cada capitalista o bloque de capitales debe seguir un mandamiento fundamental: expandirse o morir.

En lo fundamental, cada unidad está interesada en sí misma, en sus propias operaciones — en “realizar su inversión” en la forma de ganancias y expansión. Un capitalista individual que abre una fábrica de acero sujetará el costo y la eficacia de esa fábrica de acero a una contabilidad estricta. Pero lo que ocurre aparte de eso —por ejemplo, lo que la contaminación de la acerería le hace al aire— no figura “en su estado de cuenta”. Cuando los intereses capitalistas talan selvas tropicales en Indonesia para obtener madera y luego siembran árboles productores de aceite de palma para biocombustibles, ni la enorme cantidad de carbono emitida a la atmósfera ni la destrucción del hábitat del orangután y el tigre de Sumatra figura en la contabilidad.

Para la economía convencional, los tigres y los monos (o el aire y el agua) son simplemente “externalidades”. Lo que esto significa es que no se cuentan para nada los daños ambientales y el agotamiento de los recursos. La extinción de especies enteras, los defectos congénitos y las enfermedades que arruinan la vida de los niños son “externos” a los libros de cuentas del capitalismo. En el delta del Níger en África Occidental, la Shell Oil le ha causado una enorme contaminación al suelo y el agua en la extracción de petróleo. Y la quema de ese petróleo aumenta los gases del efecto invernadero que se dejan para que las generaciones futuras le puedan hacer frente. Pero ninguno de estos efectos es parte de la contabilidad económica de Shell. Cada unidad de capital ve a lo que hay fuera de sí mismo como una “oportunidad regalada”.

Debido a su carácter de control y propiedad privada y como resultado de la competencia a vida o muerte entre los distintos capitales, no puede haber ninguna coordinación consciente de la producción a nivel de toda la sociedad. No puede haber ninguna planificación a largo plazo que pueda tener en cuenta el impacto o las relaciones ecológicas. No consideran el impacto de su crecimiento sobre la ecología de las selvas tropicales o los océanos. O cada vez que se aprueben reformas que tratan de restringir dichos impactos, el capital se ve impulsado a tratar de vencerlos o burlarlos. Los horizontes del capitalismo tienden a ser de corto plazo, ya que deben hacer que rinda su inversión rápidamente. No les importan las consecuencias en 10, 20 ni 30 años.

Cuando los capitalistas de Texaco, como señalamos arriba, envenenan las aguas que usan la población de Ecuador, no sólo lo hacen por avaricia (si bien la avaricia sí era monstruosa); temían que si no sacaran todas las ganancias que pudieran, otro capitalista los dejaría fuera del juego, en otra parte, el cual podría recortar sus gastos al mínimo.

Regla capitalista número tres: Hoy, el capitalismo opera mediante la dominación imperialista de los países oprimidos y la rivalidad estratégica entre las potencias imperialistas

A mediados del siglo 19, el capitalismo comenzó a rebasar sus fronteras. El capital se extendió más profundamente en Asia, África y América Latina, invirtiendo en estos países y dominando cada vez más sus estructuras políticas y sociales — ya sea a través del colonialismo directo o el dominio más indirecto del neo-colonialismo llevado a cabo a través de “las élites nacionales”. Las potencias imperialistas llevaron a cabo guerras e invasiones con un saldo enorme y terrible — de cientos de miles de personas asesinadas en la invasión estadounidense a las Filipinas, el sometimiento francés de Argelia, o la represión británica de la resistencia en la India; en el Congo Belga, se estima que la mitad de la población, o diez millones de personas, fue aniquilada mediante matanzas, hambre, agotamiento, insolación, enfermedades y la dramática caída de la tasa de nacimiento durante el aterrador dominio de Bélgica.

Al igual que los mafiosos que se reparten territorios y se enfrentan con violencia unos a otros, estas potencias capitalistas entraban en guerra entre sí por el reparto del planeta. Esto provocó la Primera Guerra Mundial y fue también la causa principal de la Segunda Guerra Mundial. Esto condujo a que Estados Unidos amenazara con el uso de armas nucleares en contra de lo que fue la Unión Soviética, lo que en sí fácilmente podría haber acabado con la vida humana sobre este planeta, y al final su superioridad militar impulsó tanto el colapso de sus rivales soviéticos como llevó a la era de la globalización bajo su dominación. Pero esta rivalidad se repite continuamente y toma nuevas formas — y se manifestó esta rivalidad en Copenhague, lo que impidió cualquier acuerdo de importancia.

Como hemos demostrado en nuestro artículo sobre las dimensiones de la crisis, esta terrible desigualdad mundial se expresa de manera concentrada en la emergencia ambiental a la que la humanidad se enfrenta. La gente de estos países oprimidos encuentra sus aguas y aire totalmente ensuciados, su agricultura devastada, sus tierras despojadas de la fertilidad; se encuentran con que sus hijos se enfrentan a defectos congénitos y un futuro arruinado en una escala que la gente en los países imperialistas apenas puede imaginar; se encuentran impulsados por el hambre y la carencia a empeorar la situación que viven — orillados a despejar las selvas o a la caza furtiva. Se despiertan cada mañana sobre un planeta donde la continuación de la quema de los combustibles fósiles pone en grave peligro la existencia misma de los países insulares del Pacífico así como de los países densamente poblados al nivel del mar, como Bangla Desh; de hecho, es simplemente una cuestión de tiempo, en la actual marcha de los acontecimientos, antes de que se inunden estas tierras.

Seis razones por las cuales las leyes aprobadas por el gobierno ni siquiera empezarán a resolver este problema

“Está bien”, dirán algunos, “los capitalistas se hacen las cosas mal si se les deja por su cuenta. Pero hay toda una historia de leyes que restringen sus acciones y estas leyes a menudo funcionan. ¿Por qué no podemos trabajar por más y mejores reformas?”

Como prueba de esto, la gente señala ciertos “avances ambientales” en el sistema actual — por ejemplo, el acuerdo internacional de reducción de clorofluorocarbonos (CFC) que dañaban la capa de ozono; algunas reducciones de la producción de la lluvia ácida en los Estados Unidos; la limpieza de distintos cuerpos de agua como el Lago Erie; la Ley del Aire Limpio; y otros.

Bueno, ¿qué pasa con esto? Es verdad que se han aprobado normas y reglamentos que han dado lugar a algunas formas de frenar la destrucción del medio ambiente y mejores normas en ciertas situaciones. Sin embargo, un examen más detenido revela qué tanto que esos esfuerzos no alcanzan para resolver el problema.

1. En primer lugar, la medida en que se tratan los problemas depende de qué tanto pesan en la creación de ganancias y el funcionamiento general del país capitalista. Aunque ciertas compañías cambian de los CFC a otras sustancias (con el resultado de que la destrucción de la capa de ozono ha dejado de crecer), es algo muy diferente que países enteros detengan el uso de combustibles fósiles. El primer caso afecta a un grupo relativamente pequeño de empresas; el segundo es un elemento fundamental para las economías de los países capitalistas y en particular para la dominación estadounidense del mundo entero.

2. Ciertos “avances” en limpiar el agua y el aire en Estados Unidos permanecen en un marco general de continuar la destrucción ambiental. Aunque la calidad del aire ha mejorado en cierto grado en ciertas regiones en Estados Unidos, 38 años después de la aprobación de la Ley del Aire Limpio, una de cada tres personas en Estados Unidos todavía vive en un condado en que el índice de la contaminación del aire rebasa las normas de la EPA (Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos). Una de cada cinco personas vive en zonas con niveles nocivos de partículas contaminantes del aire (como hollín) todo el año. Y nótese bien: estos peligros están más concentrados para la gente pobre y las nacionalidades oprimidas (por ejemplo, negros, latinos, amerindios y otras “personas de color”).

Miremos los esfuerzos para limpiar el agua. Después de 30 años de aplicar las normas de la EPA, en 2002 ésta dijo que más de un tercio de los ríos y la mitad de los lagos que inspeccionaron no alcanzaron estas normas. Muchos peces, mamíferos, reptiles, anfibios y plantas de flor en Estados Unidos ya están en peligro o son vulnerables a la extinción. Y se están liberando al medio ambiente cantidades aún más grandes de químicos tóxicos: pesticidas, insecticidas, etc.

Eso también se aplica a esquemas como “bonos ecológicos” que proponen un canje entre empresas capitalistas en licencias para contaminar. Sus defensores más apasionados dicen que los ejemplos positivos son: la Ley del Aire Limpio y reformas similares. Algunos hasta admiten que tal acción sería más compleja, más abierta a la especulación financiera y a las formas de corrupción y fraude que la acompañan, y a la vez con poca probabilidad de ser aprobada como ley en este momento en Estados Unidos (vea una defensa de dichos bonos, por ejemplo, en Paul Krugman, “Building A Green Economy”, New York Times Magazine, 11 de abril de 2010). Dado eso, no vale tener más esperanza en este esquema que en otros y sí denunciarlo como el peligroso fraude que es. Mark Schapiro, en “Conning the Climate: Inside the Carbon-trading Shell Game”, de Harper’s de febrero de 2010 y James Hansen, “Cap And Fade”, New York Times, 7 de diciembre de 2009, hacen denuncias contundentes y detalladas de dichos bonos. Schapiro, en particular, después de analizar a fondo la teoría y práctica concreta de este esquema tal como ocurre en Europa, concluye que dichos bonos son “una engañifa intricada, un acto de desvanecimiento que sirve bien a los intereses de los gobiernos del mundo pero no está a la altura de nuestra inminente crisis ambiental”.

3. Cualquier “recuperación verde” que ocurre en los países imperialistas se basa en el continuo saqueo y destrucción de los países oprimidos por el capital internacional. La destrucción de selvas tropicales, los derrames tóxicos, etc., siguen sin cesar en los países donde el capital no tiene necesidad de “normas” y eso es una enorme ventaja para la rentabilidad. Mientras hablamos del marco del imperialismo, la “recuperación verde” en Estados Unidos o Europa “se pagará” por medio de la explotación de los países oprimidos y la ausencia de presupuestos para protecciones ambientales ahí. El 20% de la población del mundo consume el 77% de los recursos del mundo. Mientras que en Estados Unidos las personas se duchan, se bañan y en su mayoría beben libremente agua (relativamente) limpia (usan un promedio de 600 litros al día), el promedio de un africano es de 20 a 24 litros al día. Eso es más o menos como tirar la palanca de un inodoro de dos a cuatro veces.

4. Cualquier norma o reglamento ambiental siempre es de corto plazo y está sujeto a revocación si cambian las necesidades del capital. No sólo se debe a que todos los bloques individuales de capital financiero y las corporaciones están fuertemente vinculados al gobierno, aunque eso es cierto. Lo que es aún más fundamental es que las “reglas” del capitalismo son implacables y mucho más poderosas que cualquier protección ambiental de corto plazo.

James Speth, un ambientalista que trabajó por años en asuntos ambientalistas en altos círculos de la ONU y el gobierno estadounidense, señala que no importan los avances parciales, por ejemplo con el ozono o la lluvia ácida, “las tendencias globales amenazantes recalcadas hace un cuarto de siglo siguen en pie hoy y se han vuelto más serias y difíciles de solucionar”. “Como resultado, la convención sobre el clima no protege el clima, la convención sobre la biodiversidad no protege la biodiversidad, la convención sobre la desertificación no impide la desertificación y hasta la Convención de la Ley del Mar antigua y más fuerte no protege los bancos de pesca. Se puede decir lo mismo acerca de las extensas discusiones internacionales sobre los bosques del mundo, las cuales nunca han logrado tener una convención”.

5. Los personajes políticos de peso que operan en el marco del capitalismo en última instancia tienen que defender los intereses del capital. Muchas personas reconocen que el régimen de Bush desató la destrucción en masa del medio ambiente y el debilitamiento de las normas. Pero Obama, quien en su campaña se llamaba “un ambientalista”, ha anunciado planes de perforación petrolera en mar abierto, energía nuclear y el supuesto “carbón limpio”.

6. De aún más importancia, especialmente con los inmensos peligros ambientales que el mundo confronta, lo que se necesita es nada menos que poner las necesidades de la humanidad y del medio ambiente en primer lugar y desencadenar la creatividad e iniciativa de las masas, –¡y eso no puede ocurrir bajo este sistema! Mire cualquier catástrofe natural, sea el huracán Katrina o el terremoto en Haití, y lo primero que hacen estos capitalistas imperialistas es despachar tropas para reprimir a la gente y poner fin/sabotear a los esfuerzos de las masas de organizarse a sí mismas para lidiar con la emergencia. El capitalismo no puede luchar contra este problema y movilizar a la humanidad para lidiar con él porque semejante movilización podría minar su necesidad de defender la “santidad de la propiedad privada” y de mantener a las masas en una posición suprimida y subordinada. Los intereses de la clase capitalista y los intereses de la humanidad en su conjunto tienen una relación antagónica.

“Considerada desde el punto de vista de una formación económica superior de la sociedad [el socialismo y el comunismo], la propiedad privada de algunos individuos sobre la tierra parecerá algo tan monstruoso como la propiedad privada de un hombre sobre su semejante. Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado, son propietarias de la tierra. Sólo son sus poseedoras, sus usufructuarias, y deben legarla mejorada a las generaciones venideras”

—Carlos Marx

Para resumir: cualquier ley del medio ambiente aprobada por un gobierno bajo el capitalismo siempre será limitada y parcial, bajo ataque constante y en la abrumadora mayoría de los casos confinada a los países ricos mientras que la contaminación y la destrucción continúan sin cesar en los países pobres. Y mientras que las personas dediquen esfuerzos y energías de manera infructuosa y sin efecto a “trabajar a través del sistema”, este mismo sistema generará problemas ambientales aún más devastadores.

Haciendo esfuerzos importantes, pero topándose con obstáculos

Eso no quiere decir que no se están haciendo esfuerzos importantes ahora mismo para combatir la destrucción ambiental. Sí, los hacen y se debería apoyar esos esfuerzos. Por ejemplo, los biólogos y otros han emprendido iniciativas muy importantes para conservar sistemas naturales e impedir el colapso de diversos ecosistemas en muchas regiones del globo. Algunos esfuerzos abarcan ideas muy imaginativas para “resilvestrar” o regenerar la vida en su estado natural vinculando ecosistemas naturales en núcleos más grandes de vida natural y en particular desarrollando corredores naturales que rodean o pasan por alto caminos u otras construcciones, para que las especies “depredadoras” de la cima de la cadena alimenticia que regulan ecosistemas enteros puedan desplazarse para ampliar su rango, migrar, etc. Algunas iniciativas han tenido cierto éxito, por ejemplo, ya han tenido un impacto positivo los esfuerzos para volver a introducir los lobos en la zona del parque nacional Yellowstone y construir corredores por encima o por debajo de carreteras transitadas. Pero en otras regiones estos esfuerzos se han topado con enormes dificultades, frustrados por los intereses de los grandes capitalistas y otros intereses limitados y en muchos casos por países. Por ejemplo, los muros y cercas construidos por el Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos en la región de la frontera entre México y Estados Unidos han impedido los esfuerzos de desarrollar corredores para los mencionados depredadores ahí.

Para que las iniciativas como ésta logren conservar los ecosistemas críticos en la gran escala que verdaderamente se requiere, se necesitan iniciativas audaces que a menudo atravesarían fronteras nacionales y unificarían la cooperación internacional sin precedentes entre científicos y las personas que viven en esta región. Esos esfuerzos tendrían que superar las formas en que el sistema actual obliga a masas de personas a practicar la tala y la caza ilegal de especies en peligro simplemente para sobrevivir. Estos esfuerzos de conservación son extremadamente importantes pero los frustran las actuales relaciones capitalistas. Pero en un nuevo sistema socialista, se estimularán estos esfuerzos cruciales.

Cuatro razones por las que la “tecnología verde” NO es la solución

No es posible salvar la tierra en el marco del capitalismo. No es posible hacerlo encomendándoles la suerte de la vida sobre este planeta a aquellos cuyo único atributo es su historial de ser los principales despojadores de dicha vida. Puede que sea difícil reconocer esa verdad, pero hay que hacerla. Es necesario encontrar un camino completamente nuevo.

Algunos argumentan que el desarrollo de nuevas “tecnologías verdes” bajo el sistema actual puede solucionar la crisis climática. El argumento es que más tecnologías “limpias” —como la energía del agua, del viento y del sol, así como el desarrollo de nuevas tecnologías— serían la solución “mágica” para el problema climático, entre otras cosas. El chiste, según ellos, es hacer que esas tecnologías sean lo suficientemente rentables como para atraer las inversiones de los capitalistas, o si no, para que los gobiernos las subvencionen.

Veamos más de cerca esta solución.

1. En primer lugar, debido a todas las “reglas” ya mencionadas, los capitalistas se ven impulsados a hacer lo que calculan que será más rentable. Y el actual sistema de energéticos de extraer petróleo, carbón y gas es muy rentable. Por eso es la forma abrumadoramente dominante de energía en el mundo, a pesar del hecho de que es tanto insustentable como enormemente destructivo y hoy impulsa un cambio climático potencialmente catastrófico. Las compañías y los países tienen que excavar y perforar en busca de cada gramo de combustible fósil porque si no, algún otro competidor lo hará y los hundirá. Aunque Estados Unidos lanzara un proyecto importante para desarrollar tecnologías verdes y las subsidiara, los subsidios aún tendrían que provenir, en la forma del dinero de los impuestos, de las ganancias generales que el capital genera. Otros países, incluidos algunos que dependen de sus propias ventajas de recursos para la producción de combustibles fósiles, divisarían una oportunidad y usarían la energía más barata como una cuña para socavar la dominación económica estadounidense y el poderío político y militar ligado a ella.

2. Segundo, ya han invertido enormes recursos, infraestructura y conocimientos en la producción de combustibles fósiles. Para repetir, según las “reglas” del capitalismo, hay que recuperar esas inversiones. Pero si ya no van a usar la energía de combustibles fósiles, ¿cómo lo harán? En este mismo sentido, cambiar a la “tecnología verde” en sí requeriría una enorme inversión de capital. Así que bajo el capitalismo, no es tan fácil romper con la dependencia de combustibles fósiles y cambiar a las tecnologías verdes las que quizás no rindan tantas ganancias. Esto se refleja en las inversiones actuales de las grandes empresas de energéticos en las tecnologías de combustibles fósiles, las cuales, a pesar de los bonitos anuncios en la cadena de televisión pública, aún eclipsan muchas veces las inversiones en la “tecnología verde”. Mientras las compañías petroleras hablan de la “tecnología verde”, están perforando pozos más profundos en mar abierto por África Occidental y el gobierno estadounidense está apuntalando y reforzando camarillas gobernantes corruptas en esa región y hasta ha establecido un “mando africano” militar (AFRICOM).

3. Tercero, supongámonos que resulta que en el futuro previsible, la tecnología verde no puede producir la energía de una manera más barata que la quema de combustibles fósiles. En una sociedad socialista o comunista, al contrario, se podría hacer un cambio de la quema de combustibles fósiles al uso de la tecnología verde porque las necesidades de la humanidad y la sustentabilidad de los sistemas naturales constituirían la base principal para tomar las decisiones (si bien se tendría que tomar en cuenta el costo). Además, el estado podría trasladar rápidamente el excedente producido por la sociedad hacia distintos sectores de la economía, según las necesidades sociales generales. Pero eso no es posible bajo el capitalismo, el dominio de la propiedad y el control de particulares.

A menos que de alguna forma se impida la extracción y quema de combustibles fósiles, el capital “naturalmente” tomará ese camino económico porque éste sería más barato y las inversiones tendrían un rendimiento más alto. Y si eso se prohibiera estrictamente de alguna manera, no obstante seguiría ocurriendo su producción y venta por medio del mercado negro y el soborno, a espaldas de cualquier ley o reglamentación ambiental. Esto ya ocurre con la tala de las selvas tropicales, que se prohíbe oficialmente en Indonesia, por ejemplo, pero todavía ocurre, y también con el traslado de desechos electrónicos tóxicos de los países ricos a los pobres, enviados como “donaciones” de equipo de computadores, a pesar de que es ilegal según declaraciones y acuerdos internacionales.

4. Cuarto, y de manera más fundamental aún, la tecnología existe, y la puede usar solamente un sistema económico u otro, y si ese sistema es el capitalismo, usará y sólo podrá usar cualquier tecnología nueva en el marco de las “reglas” del capitalismo y sus relaciones de poder. Para seguir con el argumento, supongámonos que se plasman los sueños más audaces de la “tecnología verde”, de que los científicos hagan grandes avances nuevos y encuentren formas de producir enormes cantidades de energía de unas maneras baratas que no producen gases del efecto invernadero.

¿Qué pasaría bajo el sistema actual? De inmediato varios monopolios y bloques de capital —las únicas agrupaciones bajo este sistema con la capacidad de organizar la producción en masa y distribución de esta nueva energía— lucharían sobre quién la patentaría, quién sería su dueño, quién se beneficiaría más. Aquellos que ganaran la lucha intentarían cobrar lo que pudieran para sacar las mayores ganancias. Conseguirían las máquinas y materia prima requerida para producir esta energía encontrando los lugares donde se podría producir todo eso de la manera más barata, con personas que trabajan por salarios bajos en condiciones de trabajo muy opresivas. Y las potencias capitalistas lucharían entre sí, con el resultado de guerras e intervenciones, porque, al igual que el petróleo, cualquiera que controle esta tecnología podría controlar y dominar el mundo. Además, ¿qué va a impedir que los capitalistas usen la tecnología verde para fabricar cosas como armas de destrucción masiva? (¿Es de extrañarse que el Pentágono tenga mucho interés en la tecnología verde?)

Así que aunque en los sueños más audaces de “tecnología verde” eso condujera a lidiar con la crisis climática de una manera más seria —y todos los argumentos nuestros anteriores demuestran por qué eso es muy poco probable, por no decir algo peor—todo eso aún ocurriría en el sistema capitalista, lo cual en una miríada de otras formas estaría contaminando y degradando la naturaleza y también oprimiendo a los pueblos del mundo.

Sí, necesitamos urgentemente tecnologías verdes que puedan producir energía de manera sustentable sin destruir el medio ambiente mediante el calentamiento del planeta. Pero éstas sólo pueden ser útiles en un sistema social completamente diferente orientado al uso de la tecnología para el bien del pueblo, y NO orientado a su uso sin ninguna consideración salvo la de aumentar las ganancias. No es posible salvar la tierra en el marco del capitalismo. No es posible hacerlo encomendándoles la suerte de la vida sobre este planeta a aquellos cuyo único atributo es su historial de ser los principales despojadores de dicha vida. Puede que sea difícil reconocer esa verdad, pero hay que hacerla. Es necesario encontrar un camino completamente nuevo.

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Fuentes para este artículo en: http://www.rwor.org/a/199/sources-es.html.

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La tecnología verde y la historia de los biocombustibles

El desarrollo de los biocombustibles hoy es un ejemplo viviente de lo que ocurre cuando se desarrollan nuevas fuentes de energía “más limpias” bajo las relaciones capitalistas. En respuesta a la posibilidad de obtener ganancias de la producción de combustibles “ecológicamente sanos” para reemplazar al petróleo y gas, se invirtió capital en la producción de cultivos que se podrían convertir en etanol, combustible biodiesel, etc. Cuando eso resultó muy rentable, el capital se desplazó de la producción de alimentos a la producción de esos cultivos. Este movimiento fue un factor importante que dio origen a la escasez de alimentos y los precios galopantes de maíz y cereales. Esto azotó a los países pobres con una fuerza devastadora por su gran dependencia del mercado mundial de cereales y otros alimentos. Por eso el desarrollo de estos cultivos provocó la inanición en los países pobres. Éste es un enorme delito que revela la bancarrota de este sistema.

Además, desmontan terrenos mediante la destrucción de las selvas tropicales en países como Indonesia para poder sembrar cultivos como palmeras de aceite con el fin de producir biocombustibles, lo que libera enormes cantidades de dióxido de carbono. (Vea en línea en revcom.us: “El saqueo de las selvas tropicales en Indonesia y Malasia”). Como consecuencia, estas siembras para “reducir los gases del efecto invernadero” terminan por generar una mayor acumulación d e gases. ¿Por qué? Porque todo eso ocurre bajo las reglas de la producción capitalista de mercancías.

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Fuente: Periódico “Revolución”, órgano del Partido Comunista Revoilucionario de Estados Unidos: http://www.rwor.org/a/199/capitalism-es.html


Escrito por

Camino Socialista

Nuestro propósito es contribuir con modestia y humildad a la realización de una gran utopía realista, siempre con los pies en la tierra pero con la mente en el ideal mas hermoso, justo, solidario e inspirador en la historia de la humanidad: el Socialismo (así,


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Camino Socialista

“No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heróica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”